viernes, 2 de marzo de 2012

Crónica de un paseo por la obscuridad

De la exposición ‘Diálogo en la obscuridad (2009),
del Trompo Mágico Museo Interactivo.

Una hora y media en completa obscuridad. Cinco escenarios que recrean la vida cotidiana. Objetivo: sensibilizar a las personas acerca de cómo enfrentan los invidentes el diario acontecer.
“¿Dónde estamos?”, pregunta Maggie, la guía de la exhibición. Pasto, árboles, el cántico de las aves, el aroma a pino, la frescura del ambiente...Alejandra toca, escucha, huele, y en su mente se descifra el enigma: “¡Estamos en un bosque!”, grita. La respuesta es afirmativa, así que Maggie conduce a los visitantes de la exhibición al siguiente escenario.
Los participantes, agazapados a la pared, se ayudan con sus manos y un bastón para recorrer cada uno de los pasillos que conducen a los distintos escenarios.
Ya en el siguiente, los sonidos comunes del tráfico inundan la habitación. El motor de los vehículos, el resonar de un claxon, un trailer...Toda una desconcertante orquesta de sonidos que impide la concentración, que sofoca.
“Ahora simularemos cruzar la calle. Guíense con su bastón para encontrar el final de la banqueta. Al escuchar el semáforo, cruzaremos todos”, indica Maggie, quien padece debilidad visual.
Cuando no han ido ni a mitad del camino, el sonar de un claxon provoca el grito de los visitantes del museo: un automóvil ha ignorado el alto. “Ha sido el escenario más difícil. Tuve miedo de atravesar la calle”, opina Yaqui al final del recorrido; el resto de los asistentes coincide.
Después del susto, la visita a un mercado relaja el ambiente. Frutas, verduras, semillas, productos de cocina y hasta flores, ha sido la utilería empleada. Que cómo los han distinguido e identificado: tocando, oliendo, probando y, hasta, si se quiere, escuchando.
“¿Creen ustedes que es incorrecto el uso del verbo ‘ver’ para referirse a un invidente? ¿Creen que podamos ‘ver’?”, cuestiona la guía. “Percibir algo con cualquier sentido o con la inteligencia”, es la definición de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), por lo que se podría inferir que sí, pero, desde su experiencia personal, ella contesta que las personas invidentes pueden crear visiones o configuraciones mentales, a partir de lo que tocan, ‘ver’ de alguna manera cómo son las cosas. Y así, por ejemplo, ponerle color a una flor: “La que ahora tengo en mis manos es roja”, ríe, al tiempo que lo afirma.
La cafetería es la última locación. Maggie pide a los asistentes que compartan las emociones que han surgido a partir de la experiencia, pero antes relata que dicha exhibición fue creada por el periodista alemán Andreas Heinecke en 1988. Hamburgo fue la primera ciudad, pero desde entonces han sido muchas más alrededor del mundo.
Después de que Maggie deja de hablar, el diálogo en la obscuridad comienza. Alguien comenta que ha podido entender cómo es que experimenta un amigo suyo el correr de los días, y que ahora tratará de ser más comprensible con él. Otro más comparte que le ha sido difícil moverse, y que un poco de temor ha acompañado su recorrido, pero que el apoyo de los demás ha sido útil en la labor de recorrer los espacios. Un último asistente afirma que ha podido explorar mayormente los demás sentidos que posee, y que, incluso, hasta el pastel que comió le supo mejor en la obscuridad de la cafetería. Las risas se hacen escuchar.
Recorriendo a tientas un último pasillo, los asistentes se despiden de Maggie. La luz se va haciendo cada vez más intensa, la visión vuelve. “Se tiene que parpadear un poco para acostumbrarse de nuevo a la luz y no marearse”, ha dicho uno chico del staff de la exhibición.
Al salir del museo, Alejandra contempla el cielo, y dice extasiada: “Gracias a Dios. Qué bonito cielo”.